La guerra está presente en la vida humana desde sus
orígenes. ¿Es algo innato en nosotros como especie? ¿O podemos, como seres
inteligentes, acabar con este hecho y trascender a un mundo sin violencia?
Erasmo, humanista
holandés del S. XVI apuesta por el hombre. Denuncia la cultura de la violencia
y en especial, la forma más extrema de la misma como es la guerra. Este será su
programa y también su utopía.
La paz sólo será posible si es universal, si abarca
a todos los hombres, cristianos y no cristianos, pues todos los hombres están
unidos por una hermandad. “Lo que se gana por la espada, se pierde por la
espada”
Su pacifismo es doble, pues la guerra se debe a un
doble proceso de degeneración: la del hombre como sujeto racional (el aspecto
del ser humano revela que no está hecho para la guerra sino para el abrazo, la
sonrisa, la palabra) y la del cristianismo (que mezcla de forma infame la
espada con la cruz)
La guerra no es sólo la ruina del cuerpo, también
del alma. Pues no hay guerra justa (no se lucha por defender a la familia), y
se sugiere una resistencia pasiva por parte del cristiano ante el atacante. La
lucha por el mal es la única permitida al cristiano.
Debemos hacer una nueva lectura de los textos sagrados
y darnos cuenta de que Cristo es el príncipe de la paz. No debemos emplear la
violencia para extender nuestras creencias
El gobernante no debe anteponer sus intereses
(tirano) sino los del pueblo, y buscar a toda costa la paz. Hace una serie de
sugerencias para evitar las armas, a saber: recurrir al arbitraje, apelar a la
cordura de los príncipes, poner en puestos de máxima relevancia a los
defensores de la paz, fomentar la cultura del desarme, estabilizar la situación
territorial, sustraer al príncipe el derecho a declarar la guerra, comprar la
paz si es necesario, eliminar los antagonismos nacionales, establecer una
cultura de paz, recurrir a la terapia de la lengua.
Desgraciadamente su utopía de paz fracasó, como él
mismo reconoció: “ahora las cosas han llegado tan lejos, que hay que poner el
epitafio a la paz cuando ya no queda esperanza”.
Maquiavelo constituye la antítesis al pensamiento
anterior de Erasmo
Opina que la consecución de la paz civil requiere
del recurso a la violencia, inevitable, incluso la violación de las sagradas
normas de moralidad.
Ello es una exigencia derivada de la naturaza misma
de los hombres, y frente a la utopía nos presenta su realismo político.
Ahora bien, Maquiavelo es contrario a un gobierno
tiránico, pero piensa que los consejos moralizadores de los humanistas arruinan
la convivencia civil. Si los hombres fueran buenos, no sería necesario recurrir
a la injusticia, el engaño, la violencia… pero como no lo son, necesitamos
medios extraordinarios. No es una violencia caprichosa sino necesaria. Y para
ello es necesario el Estado, que se regirá por el principio de eficacia.
La guerra y su preparación es el objetivo principal
del príncipe. No es un canto a la guerra como algo grandioso, sino una
exigencia para garantizar la libertad y seguridad del pueblo.
Años más tarde, Freud opinó sobre la guerra, la
cual “era una totalidad, no una acción militar aislada sino una cultura entera
la que entra en juego, en su antes y en su después”. Su pensamiento rebosa pesimismo
sobre el ser humano.
La creencia en el triunfo de la bondad sobre la
maldad, a través de la educación, la ética y otras manifestaciones culturales,
ha resultado ser un puro deseo ingenuo y narcisista más que un logro tangible.
Lo que impera son las pulsiones, que cuando la situación es propicia, se
expanden movidas por el interés y el egoísmo
Freud, el investigador de la psique humana, se
siente incompetente para aclarar los aspectos ocultos de la mente que
obstaculizan el camino hacia la paz. Todo se origina por la violencia que tiene
como fin eliminar al enemigo y luego se transforma en esclavización del mismo y
en resentimiento y venganza hacia el primero, por lo que la violencia retorna
con una máscara distinta.
Como la violencia es imposible de eliminar, propone
aceptarla y huir de utopías. Asumir y reconocer la violencia aporta al menos
sinceridad. Eludir la agresividad y contenerla, tiene el alto precio de
contribuir al malestar social.
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