VIDA Y OBJETIVO
Tras unos
años de visitar distintas escuelas seguidos de profundas desilusiones, encontró
finalmente en Amonio «lo que buscaba». Debía tratarse de una síntesis entre
posiciones peripatéticas y aca-démicas,
Plotino,
valiéndose de su amistad con el emperador Galieno, intentó construir «una
ciudad de filósofos» cuyos habitantes se regi-rían por las leyes de Platón y
que llevaría el nombre de «Platónopolis».
Plotino
deseaba fundar una especie de monasterio pagano en el que fuera posible vivir
de acuerdo con la enseñanzas de Platón: desligarse del cuerpo y unirse
con la divinidad
La filosofía
de Platón es decisiva en la reflexión de Plotino. Fedón, República o Fedro habían dejado bien claro que la
unión con el cuerpo es un mal para el
alma
A Plotino no
le interesan los diálogos socráticos, sino los de madurez: no busca aporías
(dificultades), sino soluciones a sus propias dificultades, no busca un método,
sino una doctrina.
Plotino
quería enseñar al hombre a desligarse de este mundo terreno para reunirse con lo
divino y contemplarlo en una unión mística y transcendente
ALGUNAS
CUESTIONES PREVIAS
Plotino
defiende un dualismo ontológico estricto: hay una distinción clara y tajante
entre el ser inteligible y el sensible, entre el corpóreo y el incorpóreo; pero
a la vez pretende superar este dualismo con la afirmación de un único
principio supremo. ¿cómo explicar la multiplicidad a partir de la unidad de
un principio supremo? y responde: el primer principio, entendido platónicamente
como Bien y como Uno, se produce a sí mismo y el acto de su autoproducción es
producción de todas las demás cosas:
Además,
el Bien hay que concebirlo, a su vez, como aquello de lo que están suspendidas
todas las cosas, El Bien mismo debe, pues, permanecer fijo, mientras que las cosas
todas deben volverse a él. Y un buen ejemplo es el sol, pues es como un centro
con respecto a la luz que, dimanando de él, está suspendida de él.
El ámbito de
lo producido reproduce el dualismo entre lo corpóreo y lo incorpóreo. Lo
incorpóreo, a su vez, está jerarquizado, pues se determina en función de las
tres hipóstasis: En (Uno), Nous (Inteligencia, Espíritu...) y Psyche (Alma).
Plotino reconoce
su deuda con Platón y con Parménides:
De modo que
Platón sabe que la Inteligencia proviene del Bien y que el alma proviene de la
Inteligencia. Sin embargo, ya antes que él Parménides había formulado una
doctrina semejante
Sin
embargo, mientras que el Uno de los eleatas es estaticidad abso-luta, Plotino
lo concibe como fuerza difusiva y potencia infinita: las hipóstasis no son
«cosas», sino funciones y actividad espiritual que establece una continuidad
total y absoluta entre el Principio supremo y las partes o aspectos más ínfimos
de la realidad
Las tres hipóstasis están
ligadas entre sí por una relación de próodos,
de «proceso», «procesión» o «emanación», por el que la segunda deriva de la
primera y la tercera de la segunda.
En cada nivel
de realidad inteligible hay que distinguir entre la actividad del ente y la
actividad que se deriva de él: la primera es intrínseca y consustancial al
ente, la segunda es actividad liberada que sale del ente y se dirige a su
entorno.
Metafóricamente:
una cosa es el calor inmanente al fuego y otra el calor liberado por él. «...
todas las cosas, cuando son perfectas, engendran». Pero que del ente se derive
actividad no supone pérdida o degradación; pero sí supone que lo generado es
siempre más imperfecto que lo generante.
La
actividad que se deriva del ente no constituye inmediatamente un nuevo término,
sino en dos fases (lógicas, no cronológicas).
1-
En la primera
(prosódica) la actividad generada todavía es indeterminada e informe porque
carece de contenido
2-
en una segunda
fase (epistrófica) el término generado se vuelve sobre sí mismo, se contempla
en su generador y al contemplarlo contemplándose en él se llena de contenido y
se hace perfecto dentro de su rango.
Ahora bien, como todas las
cosas engendran cuando son perfectas, el proceso, procesión o emanación
continúa automáticamente. Este esquema tan elegante se quiebra en el
proceso de ge-neración de la materia, pues ésta (al ser indeterminación
absoluta) carece de capacidad epistrófica. La materia sensible no constituye un
principio subsistente por sí, sino que procede de la última de las tres
hipóstasis.
Plotino
quiere argumentar sólidamente que todo procede de lo Uno y que nada es ajeno a
él, Ahora bien, dado que el alma deriva del Espíritu y el Espíritu del Uno,
cabe entonces pensar que es posible un retorno del hombre al Uno. El hombre
será entonces verdaderamente feliz, en esta unión estática con lo divino.
LAS TRES HIPÓSTASIS [en UNO à nous
INTELIGENCIA à psyche ALMA]
Ø UNO (en)
Encontramos
una transformación de la primera hipótesis del Parménides en hipóstasis, pues que hay un Uno no es una suposición
hipotética, sino un hecho real deducible de la multiplicidad: el Uno es
fundamento y principio absoluto de la realidad, pues todo ente es tal en virtud
de la unidad, de forma que si ésta se destruyera la cosa misma dejaría de ser.
Los entes físicos reciben esta unidad del Alma. Que el Alma introduzca la
unidad en el mundo físico no quiere decir que coincida con la unidad, pues
ella, a su vez, la recibe del Nous.
El Nous implica un grado superior de unidad
a la del Alma, pero tampoco es en sí mismo la unidad, puesto que implica
multiplicidad: la dualidad de pensante y pensado y la multiplicidad de ideas.
El Uno sólo
puede aprehenderse negativamente: «El Uno no es ninguna de todas las
cosas» y, por tanto, es «distinto de todas las cosas», pues «es anterior a todas
las cosas» y «está más allá de todas las cosas», porque es «principio de todas
las cosas», «causa de todas las cosas» y «potencia de todas las cosas».
El
Uno genera la Inteligencia, porque el Uno es actividad infinita y
sobreabundante, o lo que es lo mismo: el Uno genera al Nous por una voluntad intrínsica que es idéntica con su infinita
voluntad creadora.
Ø INTELIGENCIA (Nous)
La
Inteligencia es hipóstasis autoconstitutiva, no es materia o potencia pasiva y
receptiva, sino activa: llevada por su deseo se detiene, se vuelve a su
progenitor y es ella misma la que se ve. Lo visto es lo Uno, pero no tal y como
lo Uno es, sino como la Inteligencia es capaz de verlo: no como Uno, sino
pluralizado en un universo de formas (ideas platónicas). Sin embargo, en la medida
en que todo lo generado ama a su fuerza generadora, todo lo que deriva del Uno
tiende y desea al Uno como su propio fin. Tal es la tragedia de la
Inteligencia: desea cons-tantemente al Uno en su simplicidad, pero cuando este
deseo se satisface y lo contempla, en esta misma contemplación lo pluraliza en
la multipli-cidad de las ideas platónicas.
La Inteligencia se piensa a sí
misma. La dificultad ya había sido planteada por Aristóteles. Plotino acepta la
idea aristotélica de que el Nous o
Inteligencia es pensamiento que se piensa a sí mismo. Para Aristóteles se trata
de la realidad superior. Para Plotino, sin embargo, por encima de la
Inteligencia está el Uno, pues sólo Él es simple, mientras que la Inteligencia
es a la vez una y doble.
En
tanto que piensa la Inteligencia es simple: acto puro de pensar. Pero la
Inteligencia se piensa a sí misma y en tanto que pensada implica una
duplicidad: identidad y alteridad a un tiempo.
La Inteligencia piensa las ideas
pero también a sí misma, aunque con mayor precisión tal vez habría que decir
que cuando la Inteligencia piensa a las ideas se piensa a sí misma y que cuando
se piensa a sí misma piensa a las ideas, pues «pensar las ideas» y «pensarse a
sí misma» son tareas que coinciden plenamente, porque las ideas no han surgido
tras la Inteligencia, tampoco son resultado suyo, sino que lo inteligido (las
ideas) están y son en la Inteligencia;
De aquí las
notas con las que Plotino caracteriza a la Inteligencia: es verdadera,
inmutable, es eterna o más bien la eternidad misma, es vida perfecta. La
In-teligencia, en definitiva, es enérgeia,
acto puro.
Recapitulando:
con una necesidad puesta por un acto libre el Uno se aleja de sí mismo. Es
actividad indeterminada que se determina al dete-nerse, volverse y contemplar
al Uno: Inteligencia perfecta, que contempla al Uno, pero ya no como Uno, sino
pluralizado en multitud de ideas. Pero esta misma realidad es la misma Inteligencia
en tanto que contempla al Uno extrayendo de su potencia la multiplicidad de ideas
precontenidas en él como potencia de todas las cosas.
Ø ALMA
(psyche)
Pero la
Inteligencia, semejante como es al Uno, produce lo mismo que El esparciendo su
múltiple poder. Lo que produce es una imagen de sí misma, al desbordarse de si
al igual que lo ha hecho el Uno, que es anterior a ella. Este acto que procede
del Ser es lo que llamamos el Alma, en cuya generación la Inteligencia
permanece inmóvil, lo mismo que ha permanecido el Uno, que es anterior a la
Inteligencia, al producir la Inteligencia. Pero el Alma, en cambio, no
permanece inmóvil en su acto de producción, sino que se mueve verdaderamente
para engendrar una imagen de ella. Al volverse hacia el Ser del que proviene se
sacia de él, y al avanzar con un movimiento diferente y contrario, en engendra
esa imagen de sí misma que es la sensación.
¿En
qué se diferencia entonces del Nous?
Realmente, cuando se encuentra en el mundo superior, en el reino de lo
transcendente, en nada. Pero el Alma no puede quedarse aquí, pues como había
señalado Platón «recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras
otra»
El Alma es
así principio de organización de los seres vivientes, da a los cuerpos vida y
movimiento, a todos los cuerpos. El
Alma universal es fuerza unificante: gracias a ella el cosmos físico no se
resuelve en una multiplicidad disonante de cosas entre las que reina el odio y
el enfrentamiento, sino que se armoniza en una simpatía cósmica
Para
solventar el problema de la distancia entre el Alma universal y las cosas
sensibles, Plotino admite la existencia en el Alma de «razones seminales o
generativas», potencias inmateriales de las que el Alma dispone para dar vida a
las cosas, y que constituyen el principio de la variedad y multiplicidad de las
cosas individuales.
La
realidad divina y sustancial finaliza con el Alma. A partir de este momento
entra-mos en el reino de las tinieblas y de las imágenes, dado que toda cosa
que recibe su sustancia de otra no puede existir separadamente de esta otra
cosa y es «como su imagen». Lo incorpóreo genera lo corpóreo, ma-nifestándose en
la dimensión de lo sensible
El
Alma está entre dos mundos, es «anfibia». Este terreno intermedio constituye el
ámbito de los seres humanos, pues el verdadero yo del hombre es su alma. Nos
acercamos así a la finalidad práctica
de las reflexiones de Plotino. En efecto, porque el hombre es kosmos noétos pero ya no es nous (aunque otro momento lo fue), desea
regresar a su verdadero hogar: porque ha caido y se ha encarnado en un cuerpo
material. De aquí que el hombre (o sea, su alma) pueda ser feliz, pero también
caer en el engaño.
LA MATERIA Y EL
HOMBRE
La
materia es agotamiento total y privación extrema de la potencia del Uno y, en
esta medida, privación del Uno mismo.
La materia no es ni Alma, ni
Inteligencia, ni vida, ni razón, ni límite, sino ausencia de límite; no es
tampoco potencia, porque ¿qué es lo que produce? Privada de estos caracteres,
no puede llamársela Ser y sería más justo considerarla no-ser
La materia es:
privación total, límite extremo y pura negatividad; ilimitada e indeterminada,
negación de toda forma, impasible e inactiva, indefinición pura y perenne
relatividad, mera aspiración a la existencia
Entendida
como mera privación, la materia es un mal,
pero al mismo tiempo Plotino se aleja del pesimismo, pues dado que la materia
es al mismo tiempo no-ser y relatividad infinita habrá que concluir que el mal
no existe en sí mismo, sino en relación dialéctica con el bien. Plotino no
niega que exista pobreza, enfermedad y vicio, pero sostiene que estos males
cumplen un papel positivo en la economía del Todo; de hecho, «el mayor de los
poderes» reside en «poder hacer buen uso aun de los males y el ser capaz de
utilizar a los seres carentes de forma para dar origen a nuevas formas»
En
general, hay que concebir el mal como insuficiencia de bien; pero, en este
mundo, es inevitable que haya insuficiencia de bien porque el bien existe en un
sustrato distinto de él;
Por una
parte, el mundo sensible es imagen necesaria de su modelo divino y tiene ser
porque participa de él; en esta medida, sigue siendo algo maravilloso. Por otra
parte, en tanto que producto de la materia, el mundo sensible es tenebroso y
malo, no en virtud de una cualidad, sino precisamente por la falta de toda
cualidad;
¿Cómo
ha surgido este mundo sensible que no es «sinónimo» del inteligible sino sólo
«homónimo»? ¿por qué lo Uno no persevera en su soledad? Platón había respondido
apelando a la infinita bondad del demiurgo: «... quería que todo llegara a ser
lo más semejante posible a él mismo» (Timeo).
El problema
es grave y difícil de solucionar porque al ser indeterminación absoluta la
materia carece de capacidad epistrófica: la materia no es hipóstasis, carece de
fuerza para volverse y contemplar a su generador; es sombra que aguarda
pasivamente lo que la causa activa quiera causar en ella
Es
la propia Alma quien ordena e informa a la materia. La materia no se detiene y
contempla al Alma, sino que el Alma, tras generarla, la contempla y la
estructura.
Estas
dificultades vuelven a reproducirse en la determinación del hombre, pues aunque
éste es sobre todo su alma también tiene un componente material:
Antes de nuestra generación nosotros nos encontrábamos en
esta alma, unas veces como hombres y otras veces como dioses; éramos almas
puras e inteligencias unidas a la totalidad del ser; a ese hombre inteligible
que éramos nosotros se ha acercado otro hombre que desea existir y que nos ha
encontrado. Nos hemos convertido ya así en un acoplamiento de dos hombres, y no
somos ahora el ser único que éramos antes
En
un principio nuestra alma estaba asociada con el Alma universal. En este
momento conocía intuitiva y simultáneamente la totalidad de los logoi que están (son) en la Inteligencia
y, a través de ella, al Bien mismo. Disfrutaba
de un estado de dicha y felicidad perfecto. En tal caso ¿por qué ha descendido
a los cuerpos? Por las mismas leyes de la procesión, el descenso no es
voluntario, no depende ni de una elección ni de una deliberación del alma
misma: no puede deberse, por tanto, a una culpa. De hecho, Plotino afirma que
si el alma se apresura a huir del cuerpo no sólo no recibe daño, sino más bien
un enriquecimiento
Sin embargo,
en otro sentido es un mal: Plotino también habla de una doble culpa del alma.
1-
La primera
especie de culpa consiste en el mismo descenso. Es un delito, porque este
descenso se debe a la voluntad del alma de poseerse, de particularizarse, de
evadirse del Alma universal. Delito cuyo castigo será sufrir las consecuencias
de la bajada: el alma «pierde las alas» (Fedro)
2-
la segunda especie
de culpa, la que nace cuando el alma se olvida de sí misma, de su origen, y se
somete a las exigencias del cuerpo: es el gran mal del alma, pues le lleva a
olvidarse del dios, con la consiguiente paralización de los niveles superiores.
El alma individual
es hermana del Alma universal y también es «anfibia», está entre los dos
extremos de la realidad: mira ha-cia lo alto y hacia lo más bajo; lo segundo,
con un movimiento instintivo y fatal, lo primero, gracias a un acto de libertad
que es a la vez acto de liberación
La libertad
no contradice la necesidad metafísica, se identifica con ella: cuando el hombre
es verdaderamente él mismo (no los fantasmas caprichosos de su subjetividad
individual) es libre y se libera; y el hombre es verdaderamente él mismo cuando
consigue desprenderse de los elementos extraños que le impiden unificarse con
el Absoluto.
EL RETORNO:
ÉXTASIS Y UNIÓN MÍSTICA
En
toda alma hay una tensión de retorno al Uno. Sin embargo, no es suficiente con
esta vaga aspiración, pues entonces todas las almas tendrían el mismo destino;
también es imprescindible una actividad intelectual que reconozca lo que
es el Uno y lo discrimine de lo que no lo es. Retornar al Uno es privilegio de
unos pocos, pues estos son los hombres que aspiran a lo inmaterial y a
liberarse de lo sensible. Se trata de un proceso dialéctico a través del cual
el hombre regresa a su hogar, partiendo de las be-llezas corpóreas, pero
dejándolas atrás.
1-
El músico
reacciona «ante los sonidos y la belleza presente en ellos». Hay que instruirle
de que el objeto de su embeleso era aquella Armonía inteligible y aquella
Belleza presente en ella. En suma, la Belleza, no tal belleza particular
a solas
2-
El amante,
«impactado por las bellezas visibles, se queda embelesado ante ellas». Hay que
enseñarle, pues, a no quedarse embelesado ante un solo cuerpo, mostrándole esa
belleza que es la misma en todos y que hay otras cosas en las que se da en
mayor grado y que se da en las artes, en las ciencias y en las virtudes.
Después remontarse ya de las virtudes a la Inteligencia, al Ser (Platón, Banquete)
3-
El filósofo «está
como provisto de alas» (Fedro). El
filósofo necesita guía: la dialéctica.
La dialéctica no es un mero instrumento, sino algo vivido; de acuerdo con
Plotino en dos fases: la primera por la que se pasa de lo sensible a lo
inteligible, y la segunda, por entre el mismo ámbito de lo inteligible, elevándose
constantemente hasta alcanzar «el final del viaje», la asimilación e identificación
con lo divino
No
se trata de aniquilar lo sensible, sino de vivir en lo sensible como si lo
sensible estuviera de continuo orientado hacia lo inteligible; De aquí la
necesidad de fomentar el nivel intelectivo y de dejar ino-perantes los niveles
más bajos, pues sólo así llegará un momento en el que incluso pueda dejarse
atrás el pensamiento racional y alcanzar el Bien en sí.
Gracias a
que los niveles intelectivos nos han acercado máximamente al Bien, puede
captarse su luz: se abandona entonces «todo conocimiento racional, llevados
como niños hasta la morada de lo bello» (Fedro
y Banquete). En esa contemplación
vemos la luz misma [el Uno].
Plotino cree
posible abandonar lo sensible y lo material en vida del hombre. Se trata de un
rasgo común a la filosofía helenística y que desaparecerá en la posterior
filosofía cristiana: la felicidad, que es el fin último del hombre, debe ser
posible en esta vida. En efecto, la unión mística con la divinidad es «natural»,
es algo que se conquista sin necesidad de una gracia especial por parte de la
divinidad, como sucederá posteriormente en la mística de inspiración cristiana.
En
la raíz de la ética griega se encuentran las virtudes cívicas, que para
Plotino son punto de partida, no de llegada, dado que «la meta de nuestro afán
no es quedar libres de culpa, sino ser dios» no es suficiente con estas
virtudes. De aquí que no podamos asimilarnos a la divinidad por medio de las
virtudes cívicas, pero sí mediante las virtudes superiores que consisten
en la contemplación de las improntas del mundo Inteligible como resultado de la
conversión del alma a la Inteligencia gracias a la reminiscencia (Fedón)
El retorno al Uno consistirá
en suprimir toda dife-renciación y toda alteridad, lo cual significa purificar
al alma de todo lo que le es extraño. No hay que suprimir sólo lo externo, lo
sensible, lo corpóreo, sino absolutamente todo: el alma se vacía de todo para
así dejarse poseer por el Bien: Plotino denomina a este momento de plenitud
«éxtasis»
Ahora
bien, hay que distinguir entre la experiencia mística (que es una breve fase) y
la unión definitiva con la divinidad (que será eterna y que sólo acontece tras
la muerte). Quien posee las superiores posee necesariamente en potencia las
inferiores, mientras que quien posee las inferiores no por ello posee las
superiores. Gracias a las fuerzas obtenidas en la experiencia mística el
filósofo puede actualizar fácilmente aquella potencialidad; la acción
verdaderamente moral no se consuma en el ámbito cívico, pues no se trata de
llevar «la vida del hombre de bien», sino de optar «por la de los dioses».
(ideas tomadas de "Historia de la Filosofía Antigua: Grecia y el Helenismo", de Salvador Mas Torres)
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