EL ESTOICISMO EN
LA ÉPOCA DEL IMPERIO
Con llegada
de Tiberio al poder se establece de hecho una monarquía en la que las antiguas instituciones republicanas, muy
particularmente el Senado, pierden todo poder fáctico reducidas a un papel
formal. El proceso se acentúa con los sucesores de Tiberio (Calígula, Claudio y
Nerón). En esta situación caracterizada por una fuerte concentración del poder
en las manos del Emperador, aunque continúan habiendo escuelas de filosofía en
Roma, Atenas y Alejandría, declina la libertad de pensamiento. La filosofía
evita las cuestiones directamente políticas y se orienta en otras direcciones.
SÉNECA
De
acuerdo con la doctrina estoica el hombre virtuoso puede y debe participar en
la vida política de la ciudad; pero ¿qué sucede cuando no hay polis ni civitas, sino
un Imperio regido por un individuo de condición moral sumamente imperfecta? ¿no será entonces preferible que el sabio,
despreciando la actividad política, se retire al ámbito privado (otium)?
En
el De otio de Séneca se plantea esta
cuestión: ¿qué ocurre cuando los obstáculos para participar en la vida política
no surgen del mismo sabio, sino de que «faltan ocasiones de actuar»? El
alejamiento de la vida pública tiene
grandes ventajas: permite reflexionar; parece, pues, que Epicuro triunfa sobre
Zenón. Pero Séneca no considera que entre uno y otro haya una distancia
insalvable:
las dos sectas, la de los estoicos y los epicúreos, ambas
nos encaminan al ocio por distintos senderos. Epicuro dice: «No participará el
sabio en política a no ser que su-ceda algo»; Zenón dice: «Participará en
política a no ser que algo se lo impida». El uno pretende el ocio como punto de
partida, el otro como consecuencia, y las causas son muy amplias. Si la
situación política está tan corrompida que no es posible prestar ayuda, el
sabio no se esforzará en vano, ni se entregará para no sacar nada
Hay dos Estados:
-
el uno grande y verdaderamente común a todos, en que se
incluyen dioses y hombres
-
otro al que nos adscribió el hecho de nacer; éste será el
los atenienses, el de los cartaginenses, o de cualquier otra ciudad que no
pertenezca a todos los hombres, sino a unos en concreto
Cuando
la actividad política se torna inviable en el Estado segundo, siempre será
posible buscar refugio en la ciudad «grande y verdaderamente común a todos». Aunque
nos dediquemos a la filosofía, no por ello debe ser «ociosa» la vida; sino sumamente
provechosa, no para los Estados concretos y particulares, pero sí para esa otra
ciudad a la que pertenecen todos los hombres
En las
situaciones adversas el sabio se retira de la vida política (conducir
ejércitos, desempeñar puestos públicos, promulgar leyes...), se desliga
progresivamente de las cuestiones de «este mundo» y se centra en la ciudad
común a hombres y dioses.
Alejándose de
los cargos oficiales el intelectual se convierte en una especie de guía o
director espiritual. Adopta esta actitud de director espiritual cuando en el De ira diseña
estrategias para superar y dominar las pasiones o en su correspondencia
con Lucilo.
De ningún modo puedo aprovecharte más que si te muestro tu
bien propio, si te separo de los mudos anima-les, si de te coloco al lado de
Dios. ¿Por qué, dime, alimentas y ejerces las fuerzas del cuerpo? La naturaleza
se las concedió mayores que las tuyas a los ganados y a las fieras. [...] Por
mucho que te adiestres en correr, no igualarás a una liebre. ¿Quieres tú,
dejando todo eso en que necesariamente has de ser vencido, puesto que te
esfuerzas en lo que no es tuyo, volver a tu bien propio? ¿Cuál es éste? La
razón perfecta. ¿La llevas tú a su fin haciéndola crecer cuanto te es posible?
Piensa que tú eres feliz cuando todo tu gozo nazca de ella, cuando viendo lo
que los hombres arrebatan, desean, guardan, nada encuentres en todo eso no digo
ya que tú prefieras, pero ni aun que quieras.
Existe una
Providencia y las desgracias que le suceden al sabio sólo son pruebas que debe
superar y en las que puede medir el grado de su progreso moral: «Se marchita la
virtud sin adversario», escribe Séneca en el De
providentia, y añade:
«No importa el qué, sino el cómo lo soportes» El sabio ha perfeccionado su
razón al punto de crecerse en las adversidades y mostrar en su conducta una
perfecta obediencia a esa sabiduría divina que todo lo rige.
El
verdadero problema será saber qué está en nuestro poder. Podemos verlo a
propósito de las pasiones. Séneca quiere investigar si las pasiones son
involuntarias o si por el contrario cabe controlarlas.
Algo más
arriba veíamos que cuando la actividad política se hacía inviable Séneca acudía
a una «segunda ciudad» en la que la acción era posible aún en las
circunstancias externas más desfavorables; de igual modo, en el terreno de las
pasiones hay que encontrar «algo» que sea dominable aun cuando las
circunstancias externas sean adversas y parezcan forzar conductas pasionales. De ira
La pasión en
sentido estricto surge cuando el ánimo asiente a estos impulsos físicos. Las
puras reacciones fisiológicas no son controlables («... cuando se da la señal
de combate tiemblan un poco las rodillas del soldado más feroz...»), pero cabe
o bien controlar o bien abandonarse a estas primeras reacciones. Séneca
entiende que este «primer golpe al espíritu no podemos evitarlos con la razón,
como tampoco los fenómenos que dijimos afectan a lo físico»
Pero
la ira, continúa, tiene otros dos momentos; el segundo implica un error de la
razón, el tercero y definitivo supone desobediencia:
... el siguiente va acompañado de una voluntad no
empecinada, como si fuera lógico que yo me vengara cuando se me lesiona, o
fuera lógico que éste sufriera un castigo si ha cometido un crimen; el tercer
movimiento es ya incontrolable, no quiere vengarse porque sea lógico, sino a
toda costa. Este último supera a la razón.
Hay un hueco entre el primer
y el segundo momento, así como entre el segundo y el tercero, pues en estos
«huecos» («... el mejor remedio contra la ira es el paso del tiempo...» es
posible el auto-control que da lugar a la serenidad del alma, porque en ellos
puede in-tervenir la razón persuadiendo de lo erróneo que resulta dar el
siguiente paso, mientras que cuando el proceso se ha consumado ya es demasiado
tarde.
En las fronteras mismas, digo, hay que alejar al enemigo.
El problema no
está en la imposibilidad de no equivocarse, lo cual no deja de ser uno de los
muchos inconvenientes de la condición mortal; el problema reside en el «amor a
las equivocaciones». El sabio lo comprende y lo acepta:
El sabio, sereno y justo con los defectos, no enemigo sino
corrector de los que cometen la falta. ¿Acaso el hombre cuya nave hace agua al
desvairse por todos lados, se encoleriza con los marineros y hasta con la nave?
Más bien acude y saca parte de agua, achica otra parte, tapa agujeros visibles.
Es necesaria una dedicación tenaz contra los males duraderos, que se
reproducen, no para que dejen de existir, sino para que no venzan
Porque además nada se consigue dominados por la pasión. Hay
ocasiones en las que no está en juego el «qué», sino el «cómo»: la razón y la
pasión pueden querer lo mismo, por ejemplo: que se castigue adecuadamente una
falta o un delito, pero lo deseado se alcanza mejor «desapasionadamente»
Fue
su conciencia la que le dictó no encolerizarse con el emperador Claudio. Claudio
debería haber sido el buen gobernante que, escuchando a la razón, tendría que
haber liberado a Séneca de su exilio en Córcega, cosa que no sucedió por orden
suya directa. Séneca quería vengarse de Claudio, pero no dejó que le dominara
el deseo: es-peró a la muerte del emperador para publicar el panfleto satírico Apocolocintosis de Claudio, «la conversión de Claudio en calabaza». La Apocolocintosis no es sólo el fruto del resentimiento, también es
una obra llena de implicaciones políticas que miran al futuro: presenta así a
los emperadores detestables, Calígula y Claudio, como contrastes de la dignidad
de Augusto. Y ese contraste adquiere nueva fuerza al presentar a Nerón como un
nuevo Augusto.
En el De ira Séneca había aventurado que, en
ocasiones, aún habien-do vencido a la pasión, y precisamente porque se la
domina, conviene sin embargo simular que se está dominado por ella. Es falso
que sea mejor el orador encolerizado, sin embargo, a veces, cuando «hay que
manejar a voluntad los estados de ánimo», conviene imitarlo:
... pues también los actores cuando recitan no conmueven al
público porque estén airados, sino porque imitan bien al airado. De modo que,
antes los jueces, en una asamblea y en cualquier ocasión en que hay que manejar
a voluntad los estados de ánimo, simularemos unas veces la ira, otras el miedo,
otras la compasión, para hacerla sentir a los otros
De clementia: Séneca,
que había dominado sus pasiones, se convirtió en el hombre «más cercano y más
influyente en la corte de Nerón» Y desde esta posición privilegiada intenta
mediar entre Zenón y Epicuro, quiero decir, participar en la vida política
desde la elaboración de modelos teóricos, no proponer leyes «para una sola ciudad,
sino para todo el género humano». Séneca se sitúa en el «Estado grande y
verdaderamente común a todos», pero intentando incidir en la política real de
Roma. El «director espiritual» se concibe a sí mismo como un espejo de Nerón.
Si
en el caso de Cicerón había un senado controlado por los optimate, ahora, con esa institución convertida en papel mojado,
«la naturaleza» se complace en la monarquía:
En efecto, la naturaleza inventó la monarquía, como puede
advertirse en otras sociedades de animales y también en la de las abejas
Al igual que sucede entre las abejas, el poder debe ser
absoluto y total. Los dioses, en efecto, se manifiestan por medio del
emperador, cuyo poder absoluto se justifica porque cumple en la tierra un papel
similar al de los dioses. Las tesis estoicas tienen traducción política, porque
el emperador es el alma y la razón a la que debe obedecer la población:
Esa enorme población, situada en torno de un solo ser vivo,
obedece a sus soplos, es gobernada por su razón, está amenazada de ensombrecerse
y de quebrarse, si no es sostenida por su consejo
Pero a pesar
de este poder absoluto el emperador debe mostrarse clemente. Si el emperador es
como los dioses deberá com-portarse como ellos: hacer el bien, ser magnánimo.
El tratado sobre la clemencia
«equivalía a justificar el poder absoluto del emperador, pero era también un
reconocimiento de la realidad que Séneca había podido constatar en la forma de
ejercer el poder los emperadores anteriores. Así, bajo la forma de reconocer a
Nerón todos los poderes, estaba induciéndole a moderarlos, a ser copartícipe de
los mismos con otros sectores de la oligarquía romana.
Séneca no
tuvo éxito en su empresa política. Nerón no se decantó por la clementia, sino por la severitas. En una situación semejante es
comprensible que Séneca perdiera influencia y que finalmente solicitara permiso
del emperador para retirarse de la vida política.
Tampoco
sorprende que las relaciones de Nerón con la aristocracia senatorial fueran
cada vez más tensas, ni que ésta concluyera la necesidad de sustituirlo por
otro princeps más digno. Sin embargo,
la conjura (conocida como «conjura de Pisón) fracasó y Séneca, vinculado
directa o indirectamente con ella, fue obligado a suicidarse.